En este siglo XXI la Iglesia Católica da motivos para posturas muy encontradas en las redes sociales: luz y guía espiritual ante una época mundana o lastre civilizatorio que oprime las conciencias.

Siento que aquí el problema de ese blablablá polarizado del pensamiento a bajo nivel reside en no saber preguntar, pues hay que preguntar muchas cuestiones al respecto; yo, por lo menos, quiero no aburrirme diciendo lo mismo que se dice, entonces, me pregunto lo siguiente: (más de 15 siglos, menos de 15 siglos, algo así, son para llamar la atención, para preguntarse también cómo le ha hecho para gozar de tal longevidad, pues hay naciones que nacieron y perecieron y la Iglesia sigue y sigue y…) ¿por qué sigue habiendo Iglesia?

Responder a esto con un «por obra y gracia del Señor» o con un «porque la ignorancia reina y por esto también el opio del pueblo», me parece, es estar cayendo en el mismo vicio mental que ya he mencionado. Si nos pusiéramos a investigar un poquito en lugar de ofrecer doxa, doxa y más doxa, entonces, nos daríamos cuenta que la organización de la Iglesia Católica está presente en muchísimas partes del mundo en forma no solo de parroquias (esos lugares que bien pueden envidiar el imán que son los espectáculos de masas: conciertos musicales y eventos deportivos), sino también ofreciendo servicios educativos, manteniendo sanatorios, promoviendo apoyo a población pobre.

Interior de una iglesia católica, un haz de luz ilumina el reclinatorio, mueble usado en parte de la cultura cristiana para hincarse. Foto: Pixabay

Además, si tomáramos en cuenta que la Iglesia Católica (donde es la institución religiosa predominante) sigue gozando el ser la reina de los rituales más significativos en la vida de las personas (bautizo y bienvenida a la comunidad católica para el recién nacido, primera comunión para quien ya tiene edad para la doctrina, matrimonio para quien ha de reproducirse y darle al catolicismo nuevos miembros, funeral para quien se le agradecerá, por lo menos, no haber saboteado a la comunidad católica), entonces, nos quedamos con la idea de que es lógico que siga habiendo catolicismo y que este cumple con un rol tanto de beneficio material como existencial para la población ligada a su influencia.

Por lo tanto, en ninguna medida afirmaría yo que es una institución que sobrevive porque engaña (ni diría que por muchos pederastas, solo hay abuso infantil ahí; eso no es razonar, es incluso lavarle las manos a los laicos culpables también al respecto), sino que es una institución imperfecta, como todas, y que si quisiera perfeccionarse, se lo impedirían ciertas reglas que se ha dado a sí misma que debería modificar: por ejemplo, en estos tiempos seguirle pidiendo castidad y soltería a sus sacerdotes que no tienen vocación para ello, por cuestiones financieras que les duele a las élites católicas o de otro tipo, es una terquedad que solo favorece la hipocresía; detesta el catolicismo el homosexualismo, cuando son ellos los que pueden cumplir el no hacerlo con mujeres, y que si llegan hacerlo con menores pareciera que fuera por la desmedida presencia masculina en el clérigo y al que hay que formar.

En fin. Todo lo que vierto aquí para mí no son dogmas, ni siento que ♫y mi palabra es la ley♫, son apreciaciones que iré perfeccionando al dialogar con personas o libros que me enriquecerán con su conocimiento; mientras tanto, muchos de los pro-catolicismo conservadores y anti-catolicismo radicales seguirán en su eterno retorno y solipsista que ni fomenta que la Iglesia depure sus vicios palpables, que ni fomenta que la Iglesia desaparezca definitivamente… Mi postura es: a estas alturas en Hispanoamérica y en sentido estricto, no se necesita ser cristiano católico para ser buen ciudadano, ni se necesita ser cristiano católico para ser un mal ciudadano, aunque hay que reconocer que son indispensables ciertos valores que creyentes y no creyentes debemos practicar en común para que nuestras sociedades actuales funcionen como corresponde.

Lo que sí es estrictamente necesario es que los hispanoamericanos perfeccionen sus instituciones ideológicas, y si juzgan bien y quieren perfeccionarlas, adelante, y si quieren desecharlas, adelante también, aunque sea menester asumir los pros y contras.

Por Villaespesa, filósofo mexicano (publicado el 6 de mayo del 2020)

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